Allí sigue, congelado en un pedazo de ámbar.
Una fotografía perfecta del Cretácico Inferior. Pero aquella
masa boscosa es ahora la cuneta de la carretera de acceso a la
cueva de El Soplao, a 80 kilómetros de Santander. El pasado
febrero, dos científicas del Instituto Geológico y Minero de España
(IGME) se encontraron en la Sierra del Escudo de Cabuérniga
con el que parece uno de los yacimientos de ámbar más
importantes de la época, más de 40 millones de años antes de
que un meteorito provocara la extinción de los
dinosaurios.
El principal interés del ámbar de Rábago
es la abundancia de insectos encerrados en esta resina vegetal
fosilizada. Los investigadores han analizado sólo algunas
piezas recogidas sin más en el desangelado arcén y han
encontrado avispas, escarabajos, chinches, moscas, mosquitos
chupadores de sangre y otros artrópodos. Casi todos, de
especies desconocidas para la ciencia. "Es un yacimiento
excepcional, como si alguien hubiera tirado allí kilos y kilos
de ámbar", explica, todavía sorprendido, el especialista en
insectos fósiles del IGME Enrique Peñalver. Y todavía no se
sabe qué hay bajo la tierra. De momento, Peñalver se frota las
manos. El Cretácico Inferior es el periodo geológico en el que
aparecieron grupos de insectos tan importantes como las
hormigas, y Rábago puede despejar muchas incógnitas.
La
instantánea tomada por el ámbar en el Cretácico no sólo sirve
para describir nuevas especies. También da información sobre
su comportamiento. En la resina aparecen hormigas acarreando a
sus presas, insectos copulando, telas de araña y, a buen
seguro, habrá otras sorpresas. "Un hallazgo increíble sería
encontrar una pluma de dinosaurio con un parásito, como un
piojo o una liendre. O un pelo de algún mamífero", expone el
geólogo. Según el equipo científico, la veta puede contener
miles de insectos atrapados en el tiempo.
El hallazgo
ha resucitado la fantasiosa idea, reflejada en la película
Parque Jurásico, de clonar dinosaurios a partir del ADN
encontrado en los mosquitos chupadores de sangre contenidos en
el ámbar. Para Peñalver, es absolutamente impensable. El ADN
es una molécula que se degrada en seguida y, por otro lado, el
ámbar ha conservado en buenas condiciones los exoesqueletos de
los insectos, pero no su aparato digestivo. "Además, aunque
reconstruyéramos los cromosomas de los dinosaurios,
necesitaríamos un óvulo de esa especie para poder clonarlos",
sostiene.
El filón de Rábago, en cualquier caso, es una
rara avis. Los yacimientos con ámbar del Cretácico Inferior
son muy escasos en todo el mundo. Y la presencia de
bioinclusiones - insectos, pelos, plumas - es aún más extraña.
Además de en varios puntos de Álava y San Just (Teruel),
existen depósitos similares sólo en Líbano, Jordania, Reino
Unido y Austria. Por ello, el director de la cueva de El
Soplao, Fermín Unzúe, cree que se hallan ante "una nueva
Atapuerca". Quizá, especulan, esta ingente cantidad de ámbar
es el fruto de la acumulación en el estuario de un río tras
una tormenta. La solución podría llegar en noviembre, cuando
comiencen las excavaciones, que darán trabajo a varias
generaciones de investigadores.
En opinión de la
geóloga Idoia Rosales, descubridora de la veta de Rábago junto
a su colega María Najarro, el estudio de los fósiles
encerrados en el ámbar también arrojará luz sobre los cambios
climáticos del pasado. Hoy, el entorno de la cueva de El
Soplao está dominado por robles, hayas y abedules. Pero, en el
periodo Cretácico, la concentración atmosférica de dióxido de
carbono, responsable del efecto invernadero, era mucho mayor a
la actual y la temperatura pudo ser entre seis y 12 grados
superior. Los bosques resiníferos, habitados por dinosaurios
emplumados del tamaño de una paloma, estaban poblados por
especies de coníferas ya extintas y ginkgos. "Es un poco
controvertido, pero algunos investigadores piensan que las
burbujas de aire atrapadas en el ámbar nos pueden servir para
conocer cómo era la atmósfera de la época", dice con esperanza
Rosales. Aire del Cretácico Inferior en el siglo
XXI.
La edad del ámbar lo hace, a su vez, idóneo para
estudiar uno de los momentos cruciales en la evolución de los
ecosistemas terrestres: la aparición de las angiospermas, las
plantas con flores. Si alguien viajara en el tiempo a un
bosque de hace 110 millones de años, lo primero que le
llamaría la atención sería la ausencia de flores. Fue en el
Cretácico Inferior cuando las recién nacidas angiospermas,
ayudadas por los insectos polinizadores, consiguieron expulsar
a los helechos de los bosques.
Hoy, en la cuneta de la
carretera de acceso a El Soplao, tampoco hay muchas flores.
Dos lonas de unos 100 metros cuadrados tapan el yacimiento y
un vigilante de seguridad custodia la zona durante 24 horas al
día para evitar la actuación de los expoliadores. Poco después
de anunciarse el hallazgo, un grupo de personas intentó
llevarse fragmentos de ámbar situados en la ladera. Al ser
piezas únicas, con insectos no encontrados en ningún otro
lugar del mundo, pueden alcanzar un valor incalculable en el
mercado negro. El Parque Cretácico cántabro, prácticamente
indefenso, vale ya millones de euros.
Autor:
Manuel Ansede
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